Pocas instituciones tienen tanto poder para moldear una sociedad como la Corte Suprema. En este análisis profundo y humano, te llevo a descubrir el verdadero alcance de este tribunal, que actúa como el guardián final de la Constitución. A lo largo de mi experiencia, he visto cómo sus decisiones pueden definir el rumbo de un país. Exploraremos casos que han desatado tormentas sociales, como el polémico fallo del '2x1' en Argentina, que puso a prueba los cimientos de la memoria histórica. También analizaremos momentos de cambio radical, como los debates sobre su reforma durante la Convención Constitucional en Chile. Finalmente, desentrañaremos la fascinante y tensa relación entre las cortes nacionales y los tribunales internacionales de derechos humanos, un diálogo que redefine constantemente los límites de la justicia. Este es un viaje al corazón del poder judicial para entender sus desafíos, su legitimidad y su impacto real en nuestras vidas.

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¿Cuál es el verdadero poder de una Corte Suprema?
A lo largo de mis años estudiando el derecho, pocas cosas me han fascinado tanto como el inmenso poder concentrado en la Corte Suprema. Piénsalo por un momento: es la institución que tiene la última palabra sobre lo que la Constitución significa. No es solo un tribunal más; es el pilar que sostiene todo el Estado de Derecho. Su misión principal es interpretar las leyes y la Carta Magna, asegurando que nadie, ni siquiera el gobierno o el parlamento, se sitúe por encima de ellas. Este rol, que los expertos llamamos 'control de constitucionalidad', es un freno de emergencia fundamental en cualquier democracia saludable.
Las sentencias del máximo tribunal no solo resuelven un conflicto entre dos partes; establecen precedentes que marcan el camino para todos los demás jueces y, en definitiva, para toda la sociedad. Sus fallos pueden validar una ley controvertida o anularla por completo, redefinir nuestros derechos más básicos y cambiar el curso de la historia. Recuerdo el famoso caso Marbury vs. Madison en Estados Unidos, que sentó las bases de este poder. El juez Marshall, con una jugada maestra, estableció que la Corte podía declarar inconstitucional una ley del Congreso. Ese principio, nacido hace más de 200 años, hoy es una pieza clave de las democracias en todo el mundo. Por eso, quiénes son sus jueces y cómo son elegidos es un tema de debate público tan intenso. Al final del día, la Corte Suprema es la guardiana de las reglas del juego democrático, y su legitimidad no depende de la fuerza, sino de la confianza que la ciudadanía deposita en la sabiduría e imparcialidad de sus decisiones. Es un poder inmenso que, como he aprendido, debe ejercerse con una prudencia extraordinaria.

Casos que sacudieron a la sociedad: El '2x1' y la Convención Constitucional
A veces, las decisiones del alto tribunal no generan consensos, sino verdaderos terremotos sociales. Recuerdo perfectamente la ola de indignación que recorrió Argentina con el fallo del '2x1'. En 2017, la Corte Suprema de ese país decidió, en una votación dividida, que un beneficio pensado para presos comunes (computar doble cada día de prisión preventiva después de los dos años) podía aplicarse a condenados por crímenes de lesa humanidad. Para la sociedad, esto no era una discusión técnica sobre el principio de la 'ley penal más benigna'; era una herida abierta en la memoria colectiva y una afrenta a décadas de lucha por la justicia. La reacción fue una de las manifestaciones más masivas que se recuerdan. Millones de personas salieron a la calle con un mensaje claro para los jueces: 'Nunca Más'. La presión fue tan abrumadora que el Congreso actuó en tiempo récord para anular esa posibilidad con una nueva ley, y la propia Corte, meses después, revirtió su criterio. Este episodio, para mí, es una lección imborrable sobre cómo la legitimidad de un tribunal no reside en un pedestal inalcanzable, sino en su capacidad para dialogar con los valores éticos de su comunidad.
En Chile, vivimos una tensión diferente pero igual de reveladora durante la Convención Constitucional. El estallido social de 2019 abrió un debate para refundar las bases del país, y el poder judicial estuvo en el centro del huracán. Surgieron propuestas muy profundas para reformar o incluso reemplazar la Corte Suprema, a la que muchos veían como una institución elitista y alejada de la gente. Se discutió crear un Consejo de la Justicia para quitarle las tareas administrativas a los jueces, se propuso garantizar la paridad de género y la representación de pueblos originarios, y se debatió sobre cómo limitar su poder. Fue un cuestionamiento total al modelo tradicional. Aunque el proyecto de nueva Constitución finalmente no prosperó, ese debate fue un espejo que le devolvió al máximo tribunal una imagen incómoda: la de una institución cuya autoridad ya no se da por sentada y que necesita reconectar con la ciudadanía para fortalecer su confianza. Ambos casos, el argentino y el chileno, nos muestran que la Corte Suprema es un actor vivo, en constante tensión con la sociedad, y su poder, en última instancia, depende de su capacidad para impartir una justicia que se sienta como tal.

El diálogo con los Derechos Humanos: ¿Quién tiene la última palabra?
Muchos creen que la Corte Suprema de su país es la autoridad final e inapelable. En la práctica, al menos en materia de derechos humanos, la historia es más compleja y fascinante. Cuando un país firma tratados internacionales, como la Convención Americana sobre Derechos Humanos, entra en un diálogo permanente con tribunales supranacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH). Esta relación se rige por una idea poderosa que llamamos 'control de convencionalidad'. Piénsalo de esta manera: los jueces locales, y especialmente los de la Corte Suprema, se convierten en los primeros guardianes de esos tratados. Tienen la obligación de asegurarse de que las leyes internas no choquen con el gran pacto de derechos humanos que su nación ha firmado. Si una ley nacional contradice una garantía internacional, el juez debe priorizar el tratado.
Esto ha cambiado las reglas del juego por completo. Ya no se puede decir que el tribunal supremo nacional tiene la 'última palabra' en todo. En derechos humanos, la última palabra la suele tener un tribunal internacional. Gracias a este diálogo, hemos visto avances enormes en toda América Latina: se anularon leyes de amnistía que garantizaban impunidad, se protegieron los derechos de comunidades indígenas y se avanzó en la igualdad para la comunidad LGTBIQ+. Por supuesto, no siempre es un diálogo armonioso; a veces hay tensiones y resistencias. El caso del '2x1' en Argentina es un ejemplo de esa tensión: una interpretación de la ley local que chocaba con estándares internacionales sobre crímenes de lesa humanidad. El futuro de la justicia suprema depende de encontrar un equilibrio entre las tradiciones constitucionales propias y las exigencias de un mundo cada vez más interconectado. Los desafíos son enormes: la polarización política, el impacto de la tecnología y la inteligencia artificial, o los litigios por el cambio climático. En todos estos frentes, la capacidad del máximo tribunal para adaptarse, mantener su independencia y dialogar con el mundo será clave para seguir siendo ese pilar fundamental de la democracia que todos necesitamos. Para quien desee profundizar, la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos es una fuente de conocimiento invaluable y de acceso público.