Enrique Peñalosa Londoño es una de esas figuras que no admiten puntos medios: o se le admira como un visionario que transformó Bogotá, o se le critica como un político autoritario. Este artículo es un viaje profundo por su trayectoria, desde sus inicios académicos hasta sus dos periodos como alcalde, donde proyectos como TransMilenio y su revolucionaria visión del espacio público dejaron una marca imborrable en la capital. He seguido su carrera por años y aquí analizo su compleja evolución, sus cambiantes alianzas políticas y esa constante aspiración de llevar su modelo a la presidencia. También nos asomamos a su lado más íntimo, donde el papel de su esposa, Liliana Sánchez, ha sido un pilar fundamental. Exploramos sus logros, las controversias que lo han perseguido y el legado de un líder que, para bien o para mal, ha definido el debate urbano y político en Colombia.

Tabla de Contenido
- 1. El Ascenso de un Urbanista: Inicios y Primera Alcaldía
- 2. El Interregno y la Ambición Presidencial
- 3. El Regreso al Poder y el Legado de un Político Incombustible
El Ascenso de un Urbanista: Los Inicios y la Primera Alcaldía de Peñalosa
Hablar de Enrique Peñalosa es hablar de una de las figuras más divisorias de la política colombiana reciente. Su carrera es un fascinante estudio de cómo una visión casi obsesiva por el urbanismo puede transformar una ciudad y, al mismo tiempo, generar pasiones y odios encontrados. Nacido en Washington D.C. en 1954, su vida estuvo ligada al servicio público desde la cuna, gracias a la influencia de su padre, un respetado economista y diplomático. [3] Esa crianza cosmopolita, junto a sus estudios en Economía e Historia en la Universidad de Duke y posgrados en París, forjó una mentalidad global que luego aplicaría con un enfoque casi quirúrgico a los problemas de Bogotá. [2, 12] Antes de lanzarse al ruedo político, tuvo una etapa académica como investigador y decano en la Universidad Externado de Colombia, donde, como anécdota curiosa, conoció a quien sería su esposa, Liliana Sánchez, que en ese entonces era su alumna. [3, 7] Su relación se convirtió en un ancla a lo largo de su turbulenta vida pública. [4]
Su carrera política arrancó en los años 90 como Representante a la Cámara por Bogotá con el Partido Liberal. [2] Desde el principio, su foco fue uno solo: la capital. Esta fijación venía de familia; su propio padre había aspirado a ser el primer alcalde electo de la ciudad. [3] Recuerdo bien sus primeros intentos por seguir esos pasos. Compitió, perdió, forjó alianzas y, con una perseverancia admirable, fue construyendo su base política. [3] La derrota contra Antanas Mockus en 1994, lejos de desanimarlo, pareció fortalecer su determinación. [3, 6] Cada campaña pulía su discurso. Finalmente, en 1997, con su movimiento 'Por la Bogotá que Soñamos', logró la Alcaldía Mayor. [3] Ese momento marcó el inicio de una de las transformaciones urbanas más radicales y debatidas de América Latina.
Su primera administración (1998-2000) fue un verdadero huracán de proyectos. Implementó una filosofía que, en su momento, fue revolucionaria: priorizar al peatón y al transporte masivo sobre el carro particular. Su creación estrella, el sistema TransMilenio, se convirtió en un modelo estudiado en todo el mundo. [7, 12] Pero su visión iba mucho más allá. Impulsó la construcción de megabibliotecas, parques monumentales como el Tercer Milenio y una red de ciclorrutas que cambió la forma de moverse por la ciudad, recuperando el espacio público que estaba en manos de carros y vendedores. [8] Por supuesto, estas políticas generaron una enorme resistencia. Medidas como el 'pico y placa' y el 'Día sin Carro' fueron muy impopulares al principio. Sin embargo, su gestión fue reconocida por devolverle el orgullo a la ciudad. [7] Durante este periodo, Liliana Sánchez, su esposa, jugó un rol discreto pero clave en el área social, transformando jardines infantiles. [4] En el fondo, ya se notaba que su ambición no se limitaba a Bogotá; comenzaba a gestarse la idea de un proyecto a escala nacional. Aunque no existía una estructura formal, su movimiento cívico actuaba como su plataforma política personal, promoviendo la igualdad a través de un espacio público democrático. [3]
Hay una frase de Peñalosa que, en mi opinión, encapsula toda su filosofía: “Una ciudad avanzada no es aquella en la que los pobres tienen carro, sino aquella en la que los ricos usan el transporte público”. Esta idea fue la brújula de su gobierno. Para él, un andén de calidad o una biblioteca imponente en un barrio popular son herramientas de inclusión más poderosas que cualquier subsidio. [8] Sostenía que esos espacios, donde el hijo del rico y el hijo del pobre pueden jugar juntos, construyen una sociedad más cohesionada. Esto lo llevó a enfrentarse con intereses muy poderosos, desde los transportadores tradicionales hasta los dueños de carros que sentían que perdían privilegios. La implementación de TransMilenio, por ejemplo, fue un parto doloroso que requirió una voluntad de hierro. Las críticas lo tildaban de autoritario y de centrarse demasiado en el 'cemento', pero el tiempo le dio la razón en muchos aspectos, y ciudades de todo el mundo vinieron a estudiar el 'milagro de Bogotá'. [7] En medio de esa vorágine, su vida familiar con Liliana y sus dos hijos, Renata y Martín, era su refugio. [4, 7] Esta estabilidad personal fue, sin duda, clave para soportar la presión. Sus aspiraciones presidenciales comenzaban a sonar en los círculos políticos, aunque aún faltaba mucho para ver una campaña formal.

El Interregno y la Ambición Presidencial: Peñalosa en el Debate Nacional
Tras concluir su primera alcaldía con una aprobación notable, Enrique Peñalosa no se retiró a descansar. [7] Al contrario, utilizó su prestigio internacional para posicionarse como un conferencista y consultor de talla mundial en urbanismo. [7, 12] Lo vimos asesorando a gobiernos en Asia, África y América Latina, exportando su modelo de ciudad. [2] Sin embargo, quienes lo conocemos sabíamos que su mente y sus ambiciones seguían puestas en Colombia. Su objetivo era claro: la Casa de Nariño. El período entre sus dos alcaldías (2001-2015) fue una compleja partida de ajedrez político. Vimos a un Peñalosa pragmático, buscando la plataforma ideal para lanzar su proyecto nacional.
Inicialmente liberal, se fue distanciando para cultivar una imagen de independiente. En 2009, se unió a otros dos exalcaldes de Bogotá, Antanas Mockus y Lucho Garzón, para fundar el Partido Verde. [2, 20] Aquella alianza generó una expectativa enorme, la famosa 'ola verde' de 2010. Aunque fue Mockus quien ganó la consulta interna para la candidatura presidencial, la participación de Peñalosa fue crucial para consolidar al partido. [20] Su gran oportunidad llegó en 2014, como candidato presidencial de la Alianza Verde. Intentó traducir su éxito como gerente urbano en un discurso para todo el país, centrado en la eficiencia y la lucha contra la corrupción. [2] Sin embargo, los resultados no lo acompañaron; quedó en un lejano quinto lugar. [2] Fue un golpe duro, pero no el final del camino. Durante estos años de campañas, la vida personal del político y su esposa, Liliana Sánchez, también se vio expuesta a un mayor escrutinio, un reto que la pareja manejó siempre con discreción. [4]
Fue en esta época cuando surgió una de las polémicas que más lo han perseguido: el debate sobre sus títulos académicos. Opositores y periodistas cuestionaron si su posgrado en París era realmente un doctorado. [2] Peñalosa siempre lo ha calificado como una campaña de desprestigio, pero más allá de la veracidad de las acusaciones, este episodio se convirtió en un arma recurrente para sus adversarios. [2] Refleja perfectamente la polarización que genera: para sus seguidores, un visionario atacado por politiqueros; para sus detractores, un tecnócrata arrogante. Su búsqueda de una plataforma política continuó. Para la campaña a la alcaldía de 2015, se inscribió por firmas, pero recibió el aval de partidos tan disímiles como Cambio Radical y el Partido Conservador. [2] Este pragmatismo le valió críticas por su supuesta falta de coherencia, pero demostraba que su verdadero proyecto político era él mismo, con un conjunto de ideas que trascendían las etiquetas. Su insistencia en volver a la alcaldía, tras dos intentos fallidos, mostraba, como dijo su esposa, una fe inquebrantable en su visión para Bogotá. [9] El sueño presidencial quedaba en pausa, pero su regreso al poder le daría una nueva y poderosa plataforma.
La visión de país que Peñalosa ha promovido en sus campañas presidenciales es, en esencia, una extrapolación de su modelo para Bogotá. Imagina una Colombia gestionada con la eficiencia de una empresa, con grandes proyectos de infraestructura como motores de desarrollo. Su discurso es el de un gerente: 'obras, no carreta'. Esto resuena en un sector del electorado harto de la retórica, pero es también su talón de Aquiles. A nivel nacional, sus propuestas a menudo se perciben como frías, demasiado técnicas y desconectadas de las complejas realidades regionales. El 'partido de Peñalosa', como amalgama de fuerzas políticas, reflejaba esta tensión. [2] Su acercamiento a figuras como Álvaro Uribe en 2011, por ejemplo, le costó el apoyo de muchos de sus seguidores de la 'ola verde'. [6] Fue una jugada estratégica fallida que demostró su disposición a hacer lo necesario para alcanzar el poder. En el plano personal, la alta exposición pública comenzó a pasar factura. Fue un período en el que la solidez de su matrimonio con Liliana Sánchez se vio puesta a prueba por la presión mediática y los rumores que inevitablemente acompañan a una figura de su calibre. [14] A pesar de los reveses presidenciales, su elección como alcalde en 2015 fue una reivindicación. La capital, tras tres gobiernos de izquierda, volvía a apostar por su modelo, dándole una nueva oportunidad para completar su obra.

El Regreso al Poder y el Legado de un Político Incombustible
Cuando Enrique Peñalosa regresó al Palacio Liévano en 2016, muchos sabíamos qué esperar: una segunda dosis de su fórmula de 'gerencia y obras'. Sin embargo, el escenario era muy diferente. Se encontró con una ciudad mucho más polarizada y una oposición que estaba lista para darle la batalla en cada frente. [2, 6, 22] Llegó con un plan ambicioso, pero esta vez cada proyecto nacería envuelto en una intensa controversia.
Nada simboliza mejor su segundo mandato que la monumental batalla por el Metro de Bogotá. Su decisión de descartar el proyecto subterráneo de su predecesor, Gustavo Petro, a favor de uno elevado, no fue solo una decisión técnica; fue el choque de dos mundos, dos filosofías de gobierno que partieron a la ciudad en dos. [19] A pesar de las críticas feroces y las batallas legales, Peñalosa logró dejar contratada la primera línea del metro elevado, un hito que él considera su mayor legado y la prueba de su capacidad de ejecución. [19] Para sus seguidores, fue una muestra de eficacia; para sus críticos, de terquedad.
Más allá del metro, su segundo periodo se centró en expandir TransMilenio, construir nuevos hospitales y colegios, y seguir con su política de parques y espacio público. [8, 13] Pero cada decisión era un campo de batalla: la propuesta de urbanizar parte de la reserva Van der Hammen, el intento de vender la ETB o sus políticas de seguridad generaron una oposición constante que desgastó su popularidad. [22] Su lema parecía ser 'impopulares pero eficientes'. [13] En lo personal, fue un periodo complejo. La presión del cargo y la exposición mediática constante fueron un desafío para su entorno familiar, y los rumores sobre una crisis en su matrimonio se intensificaron. [14] Políticamente, este mandato reactivó sus aspiraciones presidenciales. La idea de un Peñalosa presidente resurgió como la opción de gerencia para contrarrestar el ascenso de la izquierda. Formó la coalición Equipo por Colombia con otros exalcaldes, [2] pero en la consulta de 2022 obtuvo un resultado muy bajo, demostrando de nuevo lo difícil que le resulta conectar con el electorado nacional. [19]
Evaluar el legado de Peñalosa es un ejercicio de contrastes. Por un lado, tienes al visionario que modernizó la capital, le devolvió la autoestima y la hizo más equitativa con urbanismo de calidad. [7, 8] Sus defensores le atribuyen haber salvado a una ciudad que se hundía en el caos. Por otro lado, está la figura del líder autoritario, el 'vendedor de cemento' que, según sus críticos, gobernó de espaldas a la ciudadanía y a favor de las grandes constructoras. [18] Su eterno enfrentamiento con Gustavo Petro personifica una de las grandes fracturas de la Colombia moderna: tecnocracia vs. populismo, una batalla que va mucho más allá de si el metro debe ser elevado o subterráneo. Después de dejar la alcaldía, Peñalosa no se ha retirado. Es una de las voces más críticas contra el gobierno actual y ha anunciado su intención de ser precandidato en 2026, demostrando una vez más su incombustible vocación de poder. [19, 21, 24] Y en medio de esta trama política, la historia de su relación con Liliana Sánchez ofrece un contrapunto de humanidad, un recordatorio de los sacrificios personales que exige la vida pública. [4] Para quien desee profundizar en el análisis de sus políticas, recomiendo consultar los estudios de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, un referente en la materia.
En retrospectiva, la carrera de Enrique Peñalosa es la de un cruzado incansable por imponer su visión de buen gobierno. Desde sus inicios, su mensaje ha sido el mismo: la clave del progreso está en la calidad del entorno físico y en la eficiencia de la gestión. [7] Su carrera ha sido una larga lucha contra lo que él ve como desorden, ineficiencia y populismo. Sea construyendo una biblioteca monumental en un barrio obrero o defendiendo su metro elevado, el objetivo es el mismo: usar la infraestructura para dignificar la vida. [8] Esta convicción de hierro es su mayor fortaleza y su principal debilidad. Le ha permitido ejecutar proyectos que otros no se atrevieron ni a soñar, pero también le ha impedido tender puentes con quienes se sienten excluidos por sus políticas. El verdadero 'partido de Peñalosa' no es una organización, sino una mentalidad: una fe casi religiosa en la técnica para resolver problemas sociales. Y como era de esperarse, su aspiración presidencial sigue viva. Está convencido de que los principios que aplicó en Bogotá pueden 'ordenar' a Colombia entera. [24, 26] Su futuro político es incierto, pero una cosa es segura: Enrique Peñalosa seguirá siendo un protagonista imposible de ignorar en la historia de Colombia.