Juan María Ramos Padilla es una de las figuras más controvertidas y mediáticas del Poder Judicial argentino. Como titular del Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 29, su nombre resuena tanto en los pasillos de tribunales como en la arena política. Este artículo explora en profundidad la carrera del juez Ramos Padilla, desde sus inicios marcados por la defensa de los derechos humanos y fallos históricos contra las leyes de impunidad de la dictadura, hasta su rol actual, que lo encuentra en el centro de debates sobre la imparcialidad judicial. Se analiza su vínculo con el kirchnerismo, una etiqueta que sus detractores utilizan para cuestionar sus decisiones, y que sus defensores ven como un compromiso con un modelo de país. A través de un recorrido por sus casos más emblemáticos, incluyendo la reciente condena a José Alperovich, se desentraña la compleja figura del juez Juan Ramos Padilla. Se aborda la percepción pública y mediática sobre su persona, examinando las acusaciones de 'lawfare' y su activa participación en el debate público, una característica atípica para un magistrado. Este análisis exhaustivo busca ofrecer una visión completa sobre el juez Ramos Padilla hoy, un actor clave para entender las tensionas entre justicia y poder en la Argentina contemporánea.

Inicios y Forja de una Carrera Judicial Controvertida
La figura de Juan María Ramos Padilla no puede comprenderse sin retroceder a los albores de la recuperada democracia argentina. Nacido en una familia con lazos en el mundo del derecho, su trayectoria profesional comenzó a destacarse en un momento crucial para el país: la transición desde la dictadura cívico-militar hacia un estado de derecho. Durante los años 80, específicamente entre 1986 y 1988, el juez Ramos Padilla ocupó el cargo de juez federal en el Juzgado Federal de Morón. [1] Fue en este período donde sentó las bases de lo que sería una carrera judicial marcada por decisiones de alto impacto y una declarada vocación por la defensa de los derechos humanos. Una de sus actuaciones más recordadas y celebradas por organismos de derechos humanos fue su declaración de inconstitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. [1] Estas leyes, promulgadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín, buscaban limitar los juicios contra los responsables de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. La postura del entonces joven juez Juan Ramos Padilla no solo fue un acto de valentía jurídica, sino también una declaración de principios que definiría su perfil. En ese mismo período, tuvo un rol fundamental en la restitución de menores apropiados a sus familias biológicas, consolidando su imagen de magistrado comprometido con las heridas más profundas de la historia argentina reciente. [1] Esta primera etapa de su carrera lo posicionó como un referente en la lucha contra la impunidad. Su cercanía con figuras como Raúl Alfonsín, quien firmó su pliego como juez federal, es un dato que sus allegados suelen destacar para contextualizar su formación y sus convicciones democráticas. [3] Sin embargo, desde estos primeros años, su estilo directo y sus decisiones contundentes también comenzaron a generarle detractores, quienes veían en su accionar un exceso de protagonismo o una inclinación ideológica que, según ellos, no se condecía con la necesaria imparcialidad de un juez. El debate sobre si el juez Ramos Padilla actuaba como un militante de los derechos humanos o como un estricto aplicador de la ley ya comenzaba a gestarse. La complejidad de su figura se empezó a construir en esta dualidad, entre el aplauso de sectores progresistas y la incipiente crítica de círculos más conservadores y del propio establishment judicial, que a menudo prefiere perfiles más bajos y menos disruptivos. Es imposible analizar al juez Ramos Padilla hoy sin tener en cuenta estos cimientos. Su paso posterior por el Juzgado de Instrucción n.º 24 y su actual posición como presidente del Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional Nro. 29 de la Capital Federal son eslabones de una misma cadena. [1] Una cadena forjada en la defensa de ciertas banderas que, con el tiempo, lo llevarían a ser identificado con una corriente política específica, generando una polarización aún mayor en torno a su persona. La discusión sobre el juez Ramos Padilla kirchnerista, que cobraría fuerza décadas después, tiene sus raíces en esta etapa inicial donde sus fallos y su accionar público demostraron una clara línea de pensamiento y un compromiso que trascendía la mera aplicación técnica del derecho. Su rol como abogado de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) antes de solidificar su carrera judicial también es un elemento clave. Esta experiencia le brindó una perspectiva desde el litigio y la defensa de las víctimas que, indudablemente, moldeó su visión como magistrado. A lo largo de los años, el juez Juan Ramos Padilla ha mantenido una coherencia en este sentido, lo que para algunos es una virtud y, para otros, la prueba de su parcialidad. Esta primera parte de su carrera es esencial para entender por qué cada uno de sus fallos posteriores, cada una de sus declaraciones públicas, es analizada con una lupa que excede lo estrictamente jurídico y se adentra de lleno en el terreno de la política y las ideologías que atraviesan la sociedad argentina. Su historia familiar también es relevante; es padre de Alejo Ramos Padilla, quien también se convertiría en un juez federal de alto perfil, protagonista de una de las causas más resonantes de los últimos años, el 'Caso D'Alessio'. [3] Esta saga familiar judicial añade otra capa de complejidad al análisis, mostrando una tradición y un compromiso con la función pública que parece transmitirse de generación en generación.
La década de los noventa y los primeros años del nuevo milenio encontraron a un juez Ramos Padilla ya consolidado en la estructura judicial, pero siempre manteniendo un perfil crítico y a menudo a contramano de las corrientes dominantes. Su actuación en diversas causas, aunque quizás con menor repercusión mediática que en su etapa en Morón, continuó mostrando a un magistrado dispuesto a investigar áreas sensibles del poder. Un ejemplo fue su intervención en la "Megacausa Habilitaciones", donde no dudó en denunciar a un fiscal por presunto encubrimiento, demostrando su disposición a confrontar con otros actores del sistema judicial si consideraba que no estaban actuando conforme a derecho. [1] Esta actitud de confrontación directa, especialmente con colegas y superiores, se convertiría en una de sus marcas registradas. Quienes lo defienden argumentan que esta es una muestra de su independencia y su lucha contra la corrupción interna del Poder Judicial. Sus críticos, en cambio, lo interpretan como una actitud conflictiva y una falta de respeto por las jerarquías y las instituciones. Es en este contexto que la etiqueta de juez Ramos Padilla kirchnerista comienza a tomar forma, no solo por afinidad ideológica, sino como una forma de categorizar a un juez que resultaba incómodo para ciertos sectores de poder. Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, si bien el juez Ramos Padilla no ocupó cargos políticos, su figura fue vista con simpatía por el oficialismo de entonces. Sus posturas en materia de derechos humanos y su visión crítica sobre el rol de los grandes medios de comunicación y el poder económico encontraban eco en el discurso kirchnerista. Esta sintonía ideológica fue el caldo de cultivo para que, en el futuro, cualquier fallo o decisión suya fuera inmediatamente interpretada bajo el prisma de su supuesta filiación política. La situación de el juez Juan Ramos Padilla no es única, pero sí emblemática de la profunda politización que ha afectado al Poder Judicial argentino. La llamada "grieta" encontró en los tribunales un campo de batalla fértil, y jueces como él se convirtieron en símbolos para uno y otro lado. Para el kirchnerismo y sus simpatizantes, representa a un juez valiente que se atreve a enfrentar al 'lawfare' y al poder real. Para el antikirchnerismo, es la encarnación de la justicia militante, un operador judicial al servicio de una facción política. Desentrañar la verdad detrás de estas etiquetas es una tarea compleja. Lo cierto es que el juez Ramos Padilla hoy sigue generando titulares y controversias. Su activa presencia en redes sociales, especialmente en X (anteriormente Twitter), es un rasgo distintivo y poco común entre los magistrados. [3] A través de esta plataforma, expresa sus opiniones sin filtro, critica a la Corte Suprema de Justicia, a fiscales, a periodistas y a políticos, utilizando un lenguaje directo y a menudo irreverente. [13] Esta exposición voluntaria lo aleja del tradicional arquetipo del juez silencioso y recluido en su despacho, y lo acerca a la figura del polemista público. Esta conducta le ha valido numerosas denuncias ante el Consejo de la Magistratura, el órgano encargado de sancionar a los jueces. [12] Sus detractores argumentan que esta actividad proselitista es incompatible con su función y atenta contra la confianza en las instituciones democráticas. Él, por su parte, defendido en ocasiones por su propio hijo Alejo, reivindica su derecho a la libertad de expresión y enmarca sus críticas en una lucha mayor por la democratización de la justicia. [3] La trayectoria de el juez Ramos Padilla es, en definitiva, un reflejo de las tensiones no resueltas de la Argentina. Su figura condensa los debates sobre la independencia judicial, el rol de los jueces en una sociedad polarizada y los límites entre la función pública y la militancia política. Analizar su carrera es adentrarse en el corazón de una de las instituciones más cuestionadas del país y entender cómo las disputas por el poder se libran también en el terreno de la justicia.

El Epicentro de la Polémica: El 'Caso Alperovich' y la Etiqueta de 'Kirchnerista'
Pocas decisiones judiciales han puesto tan de relieve la figura del juez Juan Ramos Padilla en el debate público reciente como la condena al exgobernador de Tucumán, José Alperovich. En junio de 2024, actuando como tribunal unipersonal, Ramos Padilla sentenció a Alperovich a 16 años de prisión por abuso sexual contra su sobrina y exsecretaria. [3] El fallo fue de un impacto mayúsculo, no solo por la jerarquía del condenado –un poderoso exmandatario provincial y senador nacional– sino también por el mensaje que enviaba en términos de violencia de género y poder. La imagen de Alperovich siendo detenido en la misma sala de audiencias por orden del juez recorrió el país y generó un intenso debate. Para muchos, la actuación del juez Ramos Padilla fue un acto de justicia ejemplar, una demostración de que nadie está por encima de la ley, sin importar su poder político o económico. Organizaciones feministas y de derechos de las víctimas celebraron el fallo como un hito. Sin embargo, para los críticos del magistrado, la condena a Alperovich, si bien podía ser justa en sus fundamentos, también era una oportunidad para analizar al juez que la dictaba. La etiqueta de juez Ramos Padilla kirchnerista resurgió con fuerza. [12] Los detractores argumentaban que, si bien Alperovich había sido un aliado histórico del kirchnerismo, su caída en desgracia permitía al juez mostrar una aparente imparcialidad mientras seguía alineado con los intereses de la facción del kirchnerismo liderada por Cristina Fernández de Kirchner, con quien Alperovich había tenido distanciamientos. Esta lectura, cargada de suspicacia política, ilustra la dificultad de analizar cualquier acto del juez Juan Ramos Padilla sin que sea inmediatamente interpretado a través del lente de la polarización política. Lo que para unos es un acto de justicia, para otros es un movimiento en el ajedrez del poder. El propio estilo del magistrado durante el juicio, descrito como directo e inquisitivo, también fue objeto de comentarios. Su manejo de la sala y su veredicto contundente reforzaron su imagen de juez de carácter fuerte, que no teme tomar decisiones de alto impacto. La situación de el juez Ramos Padilla hoy está intrínsecamente ligada a este tipo de casos mediáticos. Cada una de sus sentencias es escrutada no solo en sus méritos legales, sino en sus posibles connotaciones políticas. Su conocido activismo en redes sociales y sus declaraciones públicas contra la Corte Suprema y figuras de la oposición no ayudan a disipar las dudas de quienes cuestionan su objetividad. [4, 13] Por ejemplo, su convocatoria a una "pueblada" para presionar al tribunal que juzgaba a Cristina Kirchner en la Causa Vialidad fue un acto que le valió una denuncia ante el Consejo de la Magistratura, acusado de atentar contra las instituciones. [12, 13] Para sus denunciantes, este tipo de acciones demuestran que es un juez Ramos Padilla kirchnerista, es decir, un militante que utiliza su cargo para promover una agenda política. Para sus defensores, es la expresión legítima de un ciudadano (que además es juez) comprometido con lo que él considera una persecución judicial o 'lawfare'. Este es el nudo gordiano de la controversia. ¿Puede un juez manifestar abiertamente sus simpatías políticas sin que ello comprometa la percepción de imparcialidad de sus fallos? En la Argentina, la respuesta a esta pregunta divide aguas. Para una parte de la biblioteca jurídica, la imparcialidad no solo debe existir, sino también parecer que existe. La militancia abierta de un juez, por lo tanto, erosionaría la confianza pública en la justicia. Para otra corriente, la pretendida neutralidad de los jueces es una falacia, y es más honesto que un magistrado transparente sus ideas a que las oculte bajo un manto de falsa objetividad. El juez Ramos Padilla se inscribe claramente en esta segunda línea de pensamiento. Sus participaciones en movilizaciones políticas, junto a dirigentes como Luis D'Elía, pidiendo por la libertad de quienes considera "presos políticos", son una prueba de ello. [4] No se esconde, no matiza sus posturas. Esta sinceridad brutal es, paradójicamente, tanto su mayor fortaleza para quienes lo apoyan como su principal debilidad para quienes lo acusan de parcialidad. La relación entre el juez Ramos Padilla y su hijo, el juez federal Alejo Ramos Padilla, añade otra dimensión a este análisis. [3] Alejo fue el instructor del resonante "Caso D'Alessio", una investigación sobre una presunta red de espionaje paraestatal que salpicó a fiscales, periodistas y políticos. [5, 10] Durante esa investigación, que puso en jaque a figuras clave del antikirchnerismo, Juan Ramos Padilla fue un ferviente defensor de su hijo, denunciando operaciones políticas y mediáticas para desacreditar la causa. [3] Esta defensa cerrada, lógica desde un punto de vista paternal, fue vista por muchos como otra prueba de la actuación coordinada de un clan judicial alineado con el kirchnerismo. La percepción de que padre e hijo actúan como un tándem judicial con una agenda política definida se instaló con fuerza en ciertos círculos. Así, la trayectoria de el juez Juan Ramos Padilla se entrelaza con la de su hijo, y ambos son vistos, por un sector de la opinión pública, como dos piezas clave en el entramado de lo que se ha denominado 'lawfare' o, desde la vereda opuesta, como dos valientes que se animaron a desmantelarlo.
La controversia en torno a si es un juez Ramos Padilla kirchnerista no es meramente una etiqueta mediática, sino que tiene consecuencias directas en el ámbito judicial y político. Sus expresiones públicas han sido utilizadas recurrentemente por abogados defensores en causas sensibles para intentar apartarlo, argumentando "temor de parcialidad". A su vez, sus fallos son sistemáticamente leídos por la oposición y medios de comunicación críticos como decisiones motivadas políticamente, independientemente de su solidez jurídica. Esta dinámica de permanente cuestionamiento afecta la legitimidad no solo de sus propias sentencias, sino que contribuye al descrédito general del Poder Judicial. La figura del juez Juan Ramos Padilla se ha convertido en un pararrayos de las frustraciones que una gran parte de la sociedad siente hacia la justicia. Para algunos, encarna la esperanza de una justicia más comprometida con las causas populares y los derechos humanos. Para otros, representa la degeneración de la justicia en un apéndice de la lucha política. Lo cierto es que el juez Ramos Padilla hoy es mucho más que un magistrado del fuero penal. Es un actor político por derecho propio, un polemista que utiliza tanto sus sentencias como su cuenta de X para sentar posición. Su comparación del tribunal que condenó a Cristina Kirchner con la Junta Militar es un ejemplo extremo de su retórica combativa. [27] Este tipo de declaraciones lo colocan en el centro de la tormenta, muy lejos del rol de árbitro sereno y equidistante que tradicionalmente se espera de un juez. El análisis de su figura obliga a una reflexión más profunda sobre el sistema judicial argentino. ¿Es sostenible un modelo donde los jueces son percibidos como jugadores de un equipo político? ¿Cómo se reconstruye la confianza en una justicia fracturada por la polarización? Las respuestas a estas preguntas trascienden la persona de el juez Ramos Padilla, pero él, con su estilo y sus decisiones, las pone sobre la mesa de manera ineludible. El caso Alperovich, en este sentido, es un microcosmos de esta complejidad. Un fallo que podría haber sido unánimemente celebrado como un avance en la lucha contra la impunidad de la violencia de género, se ve teñido, para una parte de la sociedad, por la identidad política de quien lo firma. El legado del juez Ramos Padilla estará inevitablemente marcado por esta tensión irresoluble entre su rol de juez y su perfil de militante. Mientras tanto, cada nuevo caso que cae en su tribunal se convierte en un nuevo capítulo de esta saga que mezcla derecho, poder y política en el corazón de la República Argentina. Su figura, amada y odiada con igual intensidad, es un síntoma y a la vez un catalizador de la crisis de representación y credibilidad que atraviesa a las instituciones del país.

Legado, Actualidad y la Proyección de un Juez Político
Evaluar el legado de una figura tan activa y contemporánea como la del juez Juan Ramos Padilla es una tarea compleja, pero esencial para comprender las dinámicas actuales del Poder Judicial argentino. Su trayectoria, que abarca desde la lucha contra la impunidad de la dictadura hasta su rol protagónico en juicios de alto perfil en la actualidad, deja una estela de fallos históricos, pero también de polémicas que han moldeado la percepción pública sobre la justicia. El legado inmediato de Ramos Padilla parece bifurcarse en dos caminos paralelos y aparentemente contradictorios. Por un lado, está el juez que ha dictado sentencias consideradas valientes y necesarias. Su fallo contra las leyes de Obediencia Debida y Punto Final es un hito innegable en la historia jurídica argentina. [1] Más recientemente, la condena a José Alperovich lo posicionó como un magistrado implacable contra la violencia de género y el abuso de poder. [3, 12] Estos actos construyen la imagen de un juez comprometido con los derechos de las víctimas y dispuesto a enfrentar a figuras poderosas. Por otro lado, su legado está indisolublemente ligado a su abierta militancia política. La etiqueta de juez Ramos Padilla kirchnerista no es solo un eslogan de sus opositores; es una identidad que él mismo parece abrazar con sus declaraciones y acciones públicas. [3, 4, 13] Su participación en marchas, sus arengas en redes sociales y sus virulentas críticas a la Corte Suprema de Justicia han creado un perfil que choca frontalmente con el ideal de un juez imparcial y ecuánime. [27] Este segundo camino de su legado plantea un debate crucial: ¿el fin justifica los medios? Para sus seguidores, su activismo es una herramienta necesaria para combatir un 'lawfare' y un sistema judicial que consideran cooptado por poderes fácticos. Desde esta perspectiva, la pasividad o el silencio de un juez ante la injusticia sería una forma de complicidad. Sin embargo, para sus críticos, esta politización explícita contamina su labor judicial y siembra dudas sobre la motivación detrás de cada una de sus sentencias. Consideran que un juez no puede ser, a la vez, árbitro y jugador en la contienda política. La situación del juez Ramos Padilla hoy es la de un magistrado que preside el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 29, una posición desde la cual continúa tomando decisiones de gran impacto. [1] Su actividad no ha mermado con los años; por el contrario, parece haberse intensificado. Cada nuevo juicio a su cargo genera una enorme expectativa mediática, y cada fallo es analizado bajo la lupa de su supuesta afinidad con el kirchnerismo. Esta constante sospecha, sea fundada o no, es parte del ambiente en el que debe impartir justicia. Un aspecto fundamental para entender su proyección es su rol como 'influencer' judicial. En un mundo donde la comunicación digital es clave, el juez Juan Ramos Padilla ha entendido que la batalla por el sentido también se libra en las redes sociales. A diferencia de la mayoría de sus colegas, que optan por el silencio y la distancia, él ha elegido el camino de la exposición y el combate discursivo. Esta estrategia le ha granjeado una base de seguidores leales que ven en él a un vocero de sus propias frustraciones con la justicia, pero también le ha valido el repudio de quienes ven en su accionar un peligro para la institucionalidad. Las denuncias en su contra en el Consejo de la Magistratura, aunque hasta ahora no han prosperado en sanciones graves, son un recordatorio constante de que su estilo camina por el filo de la navaja de lo que el sistema considera aceptable para un magistrado. [3, 13] La defensa de su libertad de expresión choca con el deber de mantener la compostura y la apariencia de imparcialidad inherentes al cargo. La proyección a futuro de un juez como Ramos Padilla está ligada al devenir político de Argentina. En un escenario de continuidad de la polarización, su figura probablemente seguirá siendo un estandarte para un sector y un blanco de críticas para el otro. Es difícil imaginar a un juez Ramos Padilla adoptando un perfil bajo o moderando su discurso. Su identidad está demasiado forjada en la confrontación y en la defensa apasionada de sus convicciones. Su influencia, además, se extiende a través de la figura de su hijo, Alejo Ramos Padilla, actualmente Juez Federal con competencia electoral en la Provincia de Buenos Aires, un cargo de enorme poder e influencia. [2, 6] La actuación de ambos es observada como parte de una misma estrategia, lo que amplifica el impacto de sus decisiones individuales y refuerza la narrativa del 'clan judicial'. Esta sinergia, real o percibida, será un factor a tener en cuenta en los futuros escenarios políticos y electorales del país. Para obtener una visión oficial sobre la estructura judicial que integra, se puede consultar el sitio del Poder Judicial de la Nación, que ofrece información sobre la organización de los tribunales argentinos. En conclusión, el legado de el juez Ramos Padilla será, con toda seguridad, objeto de un intenso debate histórico. ¿Será recordado como el valiente juez de los derechos humanos y el verdugo de Alperovich, o como el magistrado que sacrificó la imparcialidad judicial en el altar de su militancia? Quizás, la respuesta más acertada sea que es imposible separar una faceta de la otra. Su figura es un todo complejo e indivisible, un reflejo de una época en la que las fronteras entre la justicia y la política se han vuelto peligrosamente porosas. Su historia es la crónica de un juez que decidió no ser neutral, con todas las consecuencias que esa elección implica.
El análisis de la figura de el juez Ramos Padilla también requiere una comparación con otros perfiles dentro del mismo Poder Judicial. Mientras muchos de sus colegas optan por un silencio casi monacal, comunicándose exclusivamente a través de sus fallos, la estrategia de Ramos Padilla es diametralmente opuesta. Esta diferencia de estilos no es trivial, sino que responde a concepciones distintas sobre el rol de un juez en la sociedad. La tradición judicial anglosajona, por ejemplo, valora la contención y la distancia como garantías de imparcialidad. En cambio, en algunas tradiciones del derecho continental europeo, no es tan inusual que los jueces participen del debate académico e incluso público. Sin embargo, el nivel de activismo político-partidario del juez Juan Ramos Padilla excede la mayoría de los estándares internacionales. Sus convocatorias a movilizaciones populares contra decisiones de otros poderes del Estado o de la propia Corte Suprema lo sitúan en un lugar único y altamente controvertido. [12, 13] Este accionar plantea la pregunta sobre si el juez Ramos Padilla hoy se percibe a sí mismo más como un agente de cambio social que como un mero aplicador de la ley. Sus defensores dirían que ambas cosas no son excluyentes, que aplicar la ley de manera justa es, en sí mismo, un acto revolucionario en una sociedad desigual. Sus detractores insistirían en que su rol no es liderar "puebladas", sino garantizar procesos justos, y que su activismo le impide cumplir con esta segunda función de manera creíble. La discusión sobre el juez Ramos Padilla kirchnerista se vuelve central en este punto. La acusación no es solo que simpatiza con una ideología, sino que sus fallos podrían estar al servicio de los intereses de esa facción política. Por ejemplo, en el contexto de la Causa Vialidad, sus críticas feroces al tribunal y a los fiscales no fueron vistas como un análisis jurídico desinteresado, sino como una defensa corporativa de la líder de su espacio político. [20, 27] Esta percepción se ve reforzada cuando él y su hijo, Alejo, emiten opiniones similares sobre casos que involucran a Cristina Kirchner, creando una sensación de coro judicial. [20] La eficacia de sus sentencias también puede verse afectada por esta percepción. Un fallo impecable desde lo técnico puede perder fuerza persuasiva si una parte significativa de la ciudadanía cree que fue dictado por motivaciones políticas. Este es, quizás, el mayor costo de su estrategia de exposición: el riesgo de que la legitimidad de sus decisiones se degrade, convirtiéndose simplemente en un arma más en la guerra cultural y política. A pesar de las controversias, es innegable que el juez Ramos Padilla ha dejado una marca. Ha forzado a la sociedad y al propio sistema judicial a debatir sobre temas incómodos: la relación entre justicia y poder, la politización de la magistratura, la libertad de expresión de los jueces y el concepto de 'lawfare'. Su figura obliga a tomar partido, a reflexionar sobre qué tipo de justicia se desea para el país. Su legado no será de consensos, sino de profundas divisiones. Para la historia, quedará como un personaje que encarnó las pasiones y contradicciones de su tiempo, un juez que, para bien o para mal, se negó a pasar desapercibido. Su nombre estará siempre asociado a la tensión entre el derecho y la política, un debate tan antiguo como la República misma, pero que en la Argentina de la "grieta" ha alcanzado niveles de una intensidad sin precedentes.