En la política argentina, el poder se ejerce de muchas formas. Este análisis explora dos modelos opuestos a través de dos figuras representativas: Martín Lousteau y el Intendente de San Martín. Por un lado, vemos a Lousteau, un político de talla nacional que construye su influencia desde el debate de ideas y las altas esferas del poder en Buenos Aires. Por otro, nos sumergimos en la gestión territorial del conurbano, donde un intendente como Fernando Moreira se enfrenta cara a cara con las necesidades diarias de los ciudadanos, desde una calle que necesita asfalto hasta la seguridad de un barrio. A través de sus trayectorias, contrastamos la política de la 'superestructura' con la del 'barro', explorando sus desafíos, sus lógicas y la difícil pero necesaria conexión que debe existir entre ambas para que el país funcione.

Tabla de Contenido
- Lousteau, el Estratega: De la Academia al Corazón del Poder
- El Intendente, el Gestor: La Política del Día a Día en el Conurbano
- Dos Mundos, un País: El Cruce entre la Visión Nacional y la Realidad Local
El Fenómeno Martín Lousteau: De la Academia al Senado
He seguido la política argentina por décadas y he visto surgir a muchos líderes, pero el caso de Martín Lousteau siempre me pareció particular. Él representa a ese político que no nace del riñón de un partido, sino de la academia. Un economista brillante, con posgrado en Londres y una facilidad notable para comunicar ideas complejas, que un día decide que la teoría no es suficiente y se lanza a la arena. Su carrera es un claro ejemplo de cómo se puede construir poder desde el conocimiento y la influencia mediática, lo que yo llamo el 'poder de la superestructura'.
Recuerdo perfectamente su salto a la fama nacional. Con apenas 37 años, fue nombrado Ministro de Economía por Cristina Fernández de Kirchner. Fue un bautismo de fuego. Su gestión quedó marcada a fuego por el conflicto con el campo y la famosa Resolución 125. La defensa férrea que hizo de esa medida, casi como un dogma técnico, le costó el puesto en pocos meses, pero, paradójicamente, forjó su imagen pública: la de un economista con agallas, dispuesto a sostener sus ideas contra viento y marea. Ese episodio, lejos de ser su final, fue su verdadero comienzo en la política grande. Lo posicionó como una figura reconocible en todo el país.
Después de esa experiencia, Lousteau supo reinventarse. Escribió libros, dio clases y, en 2013, canalizó ese capital simbólico en votos, obteniendo una banca como Diputado. Fue ahí donde empezó a pulir su perfil de opositor crítico pero dialoguista. Su jugada más audaz fue competir por la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires en 2015, donde forzó un balotaje y demostró que era mucho más que un economista mediático; era una fuerza política a tener en cuenta. Su paso como embajador en Estados Unidos y su posterior llegada al Senado consolidaron su estatus. Sin embargo, su movimiento más estratégico, en mi opinión, fue afiliarse a la Unión Cívica Radical y pelear por su presidencia. Entendió que para tener aspiraciones serias, necesitaba la estructura de un partido tradicional, con raíces en todo el país. Hoy, desde ese lugar, busca modernizar al radicalismo, aunque no sin tensiones internas. La trayectoria de Lousteau es la de un constructor de poder 'de arriba hacia abajo'. Su mundo es el de las grandes leyes, los debates macroeconómicos y las alianzas parlamentarias. Un universo que choca y a la vez necesita del otro gran polo de poder en Argentina: la gestión territorial, la que ejerce, por ejemplo, un intendente en el corazón del conurbano bonaerense como San Martín.

Gestión en el Conurbano: El Intendente de San Martín al Desnudo
Para entender la otra cara del poder, hay que salir de los despachos de Buenos Aires y meter los pies en el barro del conurbano. Gobernar un distrito como General San Martín es una maestría en pragmatismo. Aquí, la política es inmediata, tangible. La legitimidad de un intendente no se mide por sus discursos en televisión, sino por la velocidad con que se arregla un bache, por si la salita de salud tiene pediatra o por la frecuencia con que pasa el camión de la basura. Es la política de la cercanía, del cara a cara.
La figura del intendente de San Martín, actualmente Fernando Moreira, es un ejemplo perfecto de este modelo. Él no llegó al cargo por una elección directa inicialmente, sino como sucesor de Gabriel Katopodis, quien fue convocado como ministro a nivel nacional. Esto nos muestra cómo el poder local puede ser un trampolín. Katopodis construyó su carrera justamente al revés que Lousteau: desde abajo hacia arriba. Ganó la intendencia en 2011 y, a base de mucha obra pública y presencia constante en los barrios, consolidó un poder territorial tan fuerte que lo proyectó al gabinete nacional. Su éxito demostró que una buena gestión municipal es una carta de presentación inmejorable.
Moreira, su delfín, heredó ese modelo y luego lo revalidó en las urnas, dándole su propia impronta. Pero ser intendente en el conurbano es vivir en una gestión de crisis permanente. La seguridad, aunque es una responsabilidad provincial, es el principal reclamo que golpea la puerta del municipio. Por eso invierten en patrullas locales, cámaras y centros de monitoreo, haciendo un esfuerzo enorme por dar respuestas. La salud es otra batalla diaria, con hospitales y centros de atención que deben funcionar con recursos siempre escasos. He conversado con muchos intendentes y todos coinciden: la mayor angustia proviene de la dependencia económica. Una decisión del gobierno nacional, como un recorte de fondos, tiene un impacto inmediato y devastador en la capacidad de respuesta del municipio. Mientras Lousteau debate en el Senado sobre el presupuesto, el intendente de San Martín hace malabares para que ese presupuesto, ya recortado, alcance para pagar los sueldos y continuar con las obras. Son dos realidades que, aunque interdependientes, a menudo parecen no hablar el mismo idioma.

Cruces de Poder: ¿Puede Martín Lousteau gobernar como un Intendente de San Martín?
Esta dicotomía entre el estratega nacional y el gestor territorial nos lleva a una pregunta central: ¿son habilidades intercambiables? He visto a muchos técnicos brillantes, como Lousteau, fracasar en la gestión del día a día, y a grandes intendentes perderse en los laberintos de la política nacional. La capacidad de articular una visión macroeconómica es muy distinta a la de negociar un convenio con el sindicato de municipales o mediar en un conflicto entre vecinos.
El desafío para un político del perfil de Lousteau, si aspirara a un rol ejecutivo con fuerte anclaje territorial, sería traducir sus ideas abstractas en soluciones concretas para el ciudadano de a pie. ¿Cómo impacta una reforma del Estado en la vida de un comerciante de Villa Ballester? ¿Cómo se materializa una ley de educación en una escuela de José León Suárez? El intendente tiene esas respuestas en la piel, porque el vecino se las da todos los días. El político nacional debe hacer un esfuerzo consciente para no quedar atrapado en su burbuja.
Por otro lado, la experiencia de gestores como Katopodis demuestra que el conocimiento del territorio es un activo invaluable a nivel nacional. Quien ha gestionado una inundación o ha tenido que urbanizar un asentamiento precario, tiene una sensibilidad diferente para diseñar políticas públicas. Entiende la urgencia y la dimensión humana detrás de cada expediente. El gran reto para Argentina es, precisamente, lograr que estos dos mundos se entiendan y colaboren. El país necesita líderes con la visión estratégica de un Lousteau, capaces de pensar el largo plazo, pero también con la capacidad de ejecución y la cercanía de un buen intendente, que se asegure de que esas políticas transformen de verdad la vida de la gente. No se trata de qué modelo es mejor, sino de cómo pueden complementarse.
Al final del día, el éxito de un proyecto de país no depende solo de las leyes que se sancionan en el Congreso, sino de que el Estado llegue con una ambulancia a tiempo, con una calle pavimentada o con una escuela digna a cada rincón. La política es, en su esencia más noble, esa conexión entre la gran idea y la pequeña realidad. Y en esa conexión, figuras como las de Martín Lousteau y el intendente de San Martín están condenadas, para bien o para mal, a necesitarse mutuamente.