El Arte de la Presidencia en Latam: Lecciones de Poder desde Argentina y México

La carrera por la presidencia en América Latina es mucho más que una competencia de carisma; es un complejo tablero de ajedrez donde la estrategia, el poder interno y la lectura del momento social lo son todo. A lo largo de mi carrera, he visto cómo grandes proyectos se construyen y se desmoronan. Este artículo es un viaje al corazón de esas batallas, analizando las aspiraciones presidenciales de figuras como Marcelo Ebrard en México y Horacio Rodríguez Larreta en Argentina. A través de sus historias, exploramos por qué la gestión no siempre es suficiente y cómo las disputas internas de los partidos pueden ser más decisivas que una elección general. Veremos el peso de estructuras tradicionales, como el Partido Justicialista en Argentina, y cómo nuevos liderazgos, como el de Jorge Capitanich, intentan abrirse paso. Es una mirada íntima a los desafíos y tácticas que definen al próximo líder en una región que clama por cambios reales.

Collage de figuras políticas como Marcelo Ebrard y Horacio Rodríguez Larreta, simbolizando la carrera por ser presidente en América Latina.

El Escenario Argentino: Batallas Internas y el Peso del Peronismo

He seguido la política argentina durante décadas y, si algo la define, es su apasionante complejidad. Es un laberinto de legados históricos y una polarización que marca el pulso de cada elección. Para entender la aspiración de cualquier candidato presidencial, primero hay que descifrar las fuerzas que se mueven en la sombra, sobre todo dentro de las grandes coaliciones. En este escenario, la figura de Horacio Rodríguez Larreta se destacó como una de las más interesantes en la carrera hacia 2023. Su proyecto presidencial se construyó sobre la base del pragmatismo y la gestión, con un discurso que buscaba diferenciarse del ala más dura de su propia coalición, Juntos por el Cambio. [1] Como Jefe de Gobierno de Buenos Aires, Larreta proyectó una imagen de moderación y eficiencia, siempre apoyado en datos para defender sus políticas. [21] Su estrategia era clara: atraer a ese electorado de centro, ya cansado de la confrontación. Sin embargo, en la política real, los planes rara vez salen como uno espera. Su camino chocó contra un muro: la propia interna de su espacio. La competencia con Patricia Bullrich, quien encarnaba una postura de cambio mucho más radical, expuso las grietas ideológicas de la oposición. Fue una lección dura: en un clima de alta tensión social y económica, la moderación puede ser vista como debilidad. El resultado de las primarias fue un golpe fulminante para las aspiraciones de Larreta, y nos reveló que una parte importante de los votantes opositores quería una ruptura total. He visto esta dinámica repetirse en toda la región: las internas partidarias se han vuelto tan o más importantes que la elección general. [7] Al mismo tiempo, en la vereda de enfrente, el peronismo enfrentaba sus propios desafíos. El liderazgo del Partido Justicialista siempre ha sido un centro de poder clave, un rol que debe articular a las diversas tribus de este movimiento tan diverso. [20, 34] Tras la presidencia de Alberto Fernández, el debate sobre la renovación y el futuro del partido se volvió intenso. Es en este contexto que aparecen figuras como Jorge Capitanich. El gobernador del Chaco, un referente con una larga trayectoria, nunca ocultó sus ambiciones presidenciales. [3, 10] Su proyecto se apoya en el poder territorial del norte argentino y en una fuerte adhesión al kirchnerismo, buscando representar a un peronismo más tradicional y con un Estado fuerte. [13] Capitanich, como otros gobernadores, encarna esa tensión histórica entre el poder central de Buenos Aires y la influencia de las provincias. Su aspiración, aunque no se concretó en una candidatura formal esta vez, es un recordatorio de que en el peronismo siempre hay múltiples voces y posibles herederos. La historia se vuelve aún más interesante cuando la comparamos con lo que sucede en otros países. La experiencia de Marcelo Ebrard en México, por ejemplo, nos ofrece un espejo fascinante. Al igual que Larreta, Ebrard se enfrentó a una interna poderosa dentro de su partido, MORENA, y finalmente perdió ante la candidata apoyada por el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador. [5] Esta comparación subraya una lección fundamental que he visto una y otra vez: la bendición del líder en el poder o el apoyo de la maquinaria del partido a menudo pesan más que cualquier historial de gestión individual. La carrera presidencial de Ebrard fue frenada por dinámicas internas, una historia que resuena con la de Larreta en Argentina. Ambos, políticos de alto perfil y con probada experiencia, fueron superados por fuerzas internas que eligieron a otros. La lección para cualquier aspirante en la región es clara: controlar el partido es tan crucial como convencer a los votantes. La presidencia del Partido Justicialista, por ejemplo, no es un cargo simbólico; es una posición estratégica desde donde se negocian alianzas, se distribuyen recursos y se ungen candidaturas. [18] En este complejo juego, las ambiciones de líderes como Capitanich o Larreta no son hechos aislados, sino síntomas de las tensiones que atraviesan nuestros sistemas políticos. El anhelo presidencial de Capitanich representa la continuidad de un proyecto con raíces profundas en el interior del país, mientras que el intento fallido de Larreta ilustra los límites del centrismo en una sociedad polarizada. Y el caso de Ebrard en México, aunque geográficamente distante, comparte la misma gramática de lealtades y poder partidario. El camino al poder en países como Argentina y México es, en esencia, una brutal batalla por el control de las estructuras que, al final del día, deciden el destino de una nación.

Un político dando un discurso en un mitin de campaña presidencial, con una multitud de fondo.

El Desafío Mexicano: Marcelo Ebrard y la Sombra de la Continuidad

Viajemos ahora a México, donde la escena política nos cuenta una historia paralela, protagonizada por Morena, el movimiento que ha redefinido el poder en el país. Dentro de este gigante, la carrera por la sucesión presidencial de 2024 fue un verdadero espectáculo, y su actor principal fue, sin duda, Marcelo Ebrard. Su ambición presidencial no era algo nuevo ni improvisado. [6, 9] Con una carrera que incluye la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y la Cancillería, Ebrard se presentaba como el aspirante con mayor experiencia internacional y una visión de Estado moderna. [16] Su proyecto buscaba continuar la "Cuarta Transformación", pero con un sello personal de mayor apertura y eficiencia técnica. Sin embargo, como le ocurrió a su par argentino, Horacio Rodríguez Larreta, Ebrard descubrió que la trayectoria y la buena gestión no son un pasaporte directo al éxito en una contienda interna. La competencia contra Claudia Sheinbaum, la candidata preferida del presidente Andrés Manuel López Obrador, se convirtió en una lucha desigual. [5] A pesar de una campaña intensa y propuestas innovadoras, Ebrard no pudo contra el peso del aparato oficialista y la inmensa popularidad de AMLO, que se transfirió casi por completo a Sheinbaum. El final de esta interna nos dejó lecciones muy valiosas. Cuando Ebrard denunció irregularidades en el proceso y amagó con romper con el partido, nos mostró las tensiones que existen dentro de un movimiento que, aunque parece hegemónico, está lejos de ser un bloque monolítico. [6] Este episodio me recuerda a las dificultades que siempre ha tenido el peronismo en Argentina para unificar a sus distintas facciones. La figura que preside el Partido Justicialista, por ejemplo, es un intento de poner orden en un espectro ideológico muy amplio y a menudo conflictivo. [20] En México, el liderazgo carismático de AMLO cumplió esa función, pero su sucesión desató una competencia feroz que puso a prueba la unidad de Morena. El intento fallido de Ebrard se convierte así en un caso de estudio sobre los límites de la individualidad frente al poder colectivo de un partido dominante. Comparar su camino con el de los políticos argentinos es muy revelador. Mientras la campaña de Larreta intentaba construir un consenso desde el centro, enfrentándose al ala dura de su coalición [1], la de Ebrard operaba dentro de un movimiento de izquierda, pero chocaba contra el muro de la lealtad al líder fundador. Ambas situaciones, en contextos distintos, ilustran cómo la política interna de los partidos termina siendo más importante que las propuestas de campaña. Incluso un actor como Jorge Capitanich en Argentina, cuyo proyecto presidencial está firmemente anclado en el kirchnerismo, sabe que cualquier aspiración nacional depende de negociaciones complejas y de la bendición de la cúpula, personificada históricamente en quien preside el justicialismo. [14, 15] Esta dinámica de poder y lealtades es un hilo conductor en toda América Latina. Nuestra región, con su historia de caudillos y presidencialismos fuertes, tiende a crear sistemas donde las estructuras partidarias y las figuras tutelares tienen un rol desproporcionado. La experiencia de Ebrard es el ejemplo perfecto: a pesar de ser uno de los políticos mejor valorados, su capital individual no fue suficiente para vencer a la maquinaria y a la voluntad del presidente saliente. [9, 12] ¿Qué le espera a una figura como Ebrard? Tras la derrota, eligió la disciplina y se reincorporó al equipo de la candidata ganadora, asumiendo un rol clave como Secretario de Economía. [16, 28] Es una jugada estratégica que le permite seguir siendo relevante y mantener vivas sus aspiraciones futuras. La política, a este nivel, es un maratón, no una carrera de velocidad. Las historias de Larreta, Capitanich y Ebrard, con sus éxitos y fracasos, son un reflejo de la compleja realidad de sus países. Nos muestran que para ser presidente no basta con un buen plan de gobierno; es indispensable saber navegar las aguas turbulentas de las internas, asegurar lealtades y, en muchos casos, obtener la bendición del poder establecido.

Banderas y símbolos del Partido Justicialista en una manifestación en Argentina, representando la importancia del presidente del partido justicialista.

Análisis Comparativo y el Futuro de la Presidencia en Latam

Cuando ponemos en perspectiva las trayectorias de Horacio Rodríguez Larreta, Jorge Capitanich y Marcelo Ebrard, emerge un patrón muy claro sobre los requisitos, a menudo no escritos, para llegar a la presidencia en América Latina. El rol de presidente en nuestra región es una mezcla de carisma, habilidad para negociar, control de la maquinaria del partido y una lectura muy astuta del volátil humor social. El análisis comparativo de estos tres perfiles es, en mi experiencia, un verdadero mapa de ruta para entender los liderazgos políticos de hoy. El caso de Larreta representa al tecnócrata moderno, el gerente enfocado en la eficiencia y el consenso. [1, 23] Su fracaso en las primarias argentinas no fue un rechazo a su gestión, sino una señal de que en tiempos de crisis y polarización, el electorado puede preferir soluciones que suenen más drásticas. La moderación, que en otro momento fue su virtud, se convirtió en su debilidad. Es una lección crucial: un proyecto de centro solo es viable si el estado de ánimo de la sociedad lo permite. Por otro lado, la aspiración de Marcelo Ebrard en México nos ilustra un dilema diferente: el del heredero natural que es desplazado por la voluntad del patriarca. [5, 6] Ebrard tenía la experiencia y una plataforma sólida. Sin embargo, en el México actual, la lealtad al proyecto y a la figura de López Obrador demostró ser el activo más valioso. Su contienda con Claudia Sheinbaum fue, en el fondo, una batalla por quién interpretaba mejor el legado de AMLO. Ebrard proponía una evolución; Sheinbaum garantizaba la continuidad. Ganó la continuidad, lo que sugiere que en movimientos construidos alrededor de un líder carismático, la sucesión es un proceso controlado desde arriba. Este fenómeno no es ajeno a Argentina. La historia del peronismo está llena de ejemplos. El liderazgo del Partido Justicialista, un cargo de inmenso poder simbólico y práctico [18, 20], a menudo ha servido para resolver estas tensiones. El proyecto presidencial de Capitanich se inscribe en esa lógica. Como referente del kirchnerismo, su éxito a nivel nacional depende de su capacidad para unir a las distintas corrientes y obtener el respaldo de la figura central del momento, como lo fue Cristina Fernández de Kirchner. [3, 10] Capitanich representa el poder anclado en el territorio, una estrategia clásica en la política federal argentina. Al contrastar estos tres caminos, podemos extraer conclusiones clave para cualquier futuro aspirante presidencial en la región. Primero, la dualidad entre gestión y política. Larreta y Ebrard eran gestores probados, pero ambos subestimaron la política pura de sus internas. La lección: la buena administración no te compra automáticamente el boleto a la presidencia. Segundo, el manejo de la polarización. Larreta intentó disolverla con moderación y fracasó. Ebrard tuvo que operar dentro de la polarización creada por su propio líder. Esto nos dice que los futuros candidatos necesitarán estrategias más sofisticadas para navegar en sociedades fracturadas. Tercero, la importancia de la estructura. El control del partido sigue siendo fundamental. Un líder sin el control de su estructura —sea el PRO, Morena o el Partido Justicialista— es un general sin ejército. El futuro de estos tres líderes también es instructivo. Ebrard, al aceptar un rol clave en el nuevo gobierno, practica el arte de la paciencia estratégica, esperando su próxima oportunidad desde adentro. [28] Larreta, desde fuera, está obligado a reconstruir su capital político. [8] Capitanich, por su parte, sigue siendo una figura de poder en su provincia, manteniendo su influencia a la espera del momento adecuado. Analizar estas carreras es asomarse al alma de las democracias latinoamericanas. Para quien desee profundizar, recomiendo consultar los análisis de instituciones como el Inter-American Dialogue, que ofrece estudios detallados sobre estos fenómenos. [23, 35] En definitiva, la ruta hacia la presidencia en América Latina es cada vez más compleja. El próximo presidente exitoso, créanme, no será necesariamente el que tenga el mejor currículum, sino el que mejor entienda esta compleja gramática del poder, donde las ambiciones, estrategias y métodos de estos líderes son piezas de un mismo y fascinante rompecabezas.