Acompáñame en un recorrido por la fascinante historia de la Cruz de Borgoña. A lo largo de mi carrera, he visto cómo este símbolo, más que una simple bandera, es una crónica de fe, poder y expansión. Nacida de la devoción a San Andrés en el Ducado de Borgoña, esta enseña llegó a España con Felipe el Hermoso para convertirse en el estandarte de un imperio. Fue el alma de los Tercios, ondeó en todos los continentes y surcó todos los mares bajo la Monarquía Hispánica. En este artículo, desentrañamos su viaje: desde su origen como emblema de la casa de Borgoña hasta ser la bandera del imperio donde no se ponía el sol. Analizaremos su evolución, su posterior sustitución por la rojigualda y su compleja pervivencia en la historia, marcada por el carlismo y su presencia actual en las Fuerzas Armadas. Te ofrezco una visión completa de un icono fundamental para entender la historia de España y su inmenso legado en el mundo.

Tabla de Contenido
- Un origen entre la fe y la nobleza: La Cruz de San Andrés
- Un matrimonio que cambió la historia: La llegada a España
- El estandarte de un imperio naciente: Carlos I
Un origen entre la fe y la nobleza: La Cruz de San Andrés
He pasado décadas estudiando la historia que se esconde detrás de los símbolos, y pocos me resultan tan apasionantes como la Cruz de Borgoña. No es solo un diseño; es el testigo de un mártir, la ambición de un ducado y el nacimiento de un imperio. Su historia comienza muy lejos de España, en la antigua Grecia, con el martirio del apóstol Andrés. La tradición cuenta que, por humildad, pidió ser crucificado en una cruz con forma de 'X', que para siempre se convertiría en su símbolo.
Siglos más tarde, en la Francia medieval, el poderoso Ducado de Borgoña adoptó a San Andrés como su patrón. Pero no se conformaron con la simple cruz en aspa. Le dieron un carácter único y poderoso: añadieron nudos y salientes, como si estuviera hecha de ramas de árbol recién podadas. Esta representación, conocida en heráldica como “ecotada”, simbolizaba fuerza y vitalidad. Fue el duque Juan sin Miedo quien la popularizó como insignia de sus ejércitos en la Guerra de los Cien Años, convirtiéndola en un emblema militar temido y respetado.
Un matrimonio que cambió la historia: La llegada a España
El momento que lo cambió todo fue una boda. En 1496, Juana I de Castilla, hija de los Reyes Católicos, se casó con Felipe de Habsburgo, conocido como “el Hermoso”, heredero del Ducado de Borgoña. Recuerdo leer en las crónicas cómo Felipe llegó a la Península Ibérica escoltado por su Guardia Borgoñona, que portaba con orgullo la cruz de su tierra en sus estandartes. Este enlace no solo unió a dos de las familias más poderosas de Europa, sino que también trajo consigo sus símbolos.
Con la muerte de Isabel la Católica y una serie de eventos dinásticos, Felipe se convirtió en rey consorte de Castilla en 1506. Con él, su emblema personal se integró oficialmente en la simbología de la corona. La Cruz de Borgoña había cruzado los Pirineos para quedarse, iniciando una nueva era no solo para España, sino para el propio símbolo, que estaba destinado a viajar mucho más lejos.
El estandarte de un imperio naciente: Carlos I
Fue su hijo, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, quien realmente catapultó este estandarte a la fama mundial. Al heredar un imperio gigantesco “en el que no se ponía el sol”, necesitaba un emblema que unificara a sus ejércitos, formados por soldados de Flandes, Italia, Alemania y, por supuesto, España. La enseña borgoñona de su padre fue la elección perfecta.
No representaba a un solo reino, como Castilla o Aragón, sino a la nueva realidad imperial de la Casa de Austria. La primera vez que el mundo la vio ondear como estandarte imperial español en un gran conflicto fue, según se cree, en la decisiva Batalla de Pavía en 1525. Bajo el reinado de Carlos y su hijo, Felipe II, esta bandera se convirtió en el símbolo inseparable de los legendarios Tercios españoles, las unidades de infantería que dominaron Europa. Aunque cada compañía podía tener su propia bandera, todas compartían la Cruz de Borgoña como elemento común, unificador e inconfundible. Así, un símbolo de devoción religiosa y orgullo ducal se transformó en la bandera de la primera superpotencia global de la historia.

El Corazón de los Tercios: Símbolo de Invencibilidad
Si hay una imagen que define la edad de oro de España, es la de la Cruz de Borgoña ondeando sobre los cuadros de picas de los Tercios. Durante los siglos XVI y XVII, este símbolo era sinónimo de poder militar. Los Tercios, esa formidable maquinaria bélica que aterrorizó a sus enemigos, adoptaron el aspa como su seña de identidad. Para esos hombres, que luchaban desde las húmedas llanuras de Flandes hasta los campos de batalla de Italia, la bandera era más que un trozo de tela; era el punto de reunión en medio del caos, el juramento de lealtad a su rey y a su imperio.
Lo fascinante es su variedad. La imagen más común es el aspa roja sobre fondo blanco, pero he visto representaciones en cuadros de la época, como en “La Rendición de Breda” de Velázquez, donde los fondos varían: azules, amarillos, ajedrezados. Esta flexibilidad permitía a cada unidad tener su propio toque distintivo, pero siempre bajo el mismo símbolo unificador. Fue Felipe II quien intentó estandarizar su uso, ordenando que la bandera principal de cada Tercio, la “coronela”, fuera blanca con el aspa roja, fortaleciendo el espíritu de cuerpo de unas tropas que, bajo esa enseña, se sentían invencibles.
Dueña de los Mares: El Pabellón de la Armada Imperial
El dominio español no se limitaba a tierra. La Cruz de Borgoña se hizo a la mar y se convirtió en el pabellón de la Armada. Ondeaba orgullosa en los mástiles de los imponentes galeones de la Flota de Indias, que transportaban las riquezas de América, y en los buques de guerra que defendían el Mediterráneo y se enfrentaban a las armadas de Inglaterra y Holanda. Imaginar esa bandera reflejada en las aguas del Caribe o del Pacífico es comprender el alcance global del Imperio español.
Sin embargo, fue en el mar donde empezaron a surgir sus limitaciones. En la lejanía, y con el humo de las batallas, una bandera mayoritariamente blanca podía confundirse fácilmente con las de otras potencias. Este problema práctico, como veremos, sería clave para su futuro reemplazo, pero durante más de doscientos años, fue el símbolo indiscutible del poderío naval español.
La Huella Indeleble en América
Quizás donde su legado es más visible hoy es en América. La Cruz de Borgoña fue la primera bandera europea que ondeó de forma sistemática en el continente, desde el fuerte de San Agustín en Florida hasta los confines de la Patagonia. Marcaba la soberanía española en presidios, ciudades y misiones.
Su influencia ha sido tan profunda que ha pervivido hasta nuestros días. Es algo que siempre me gusta señalar: si miras las banderas de Florida y Alabama en Estados Unidos, verás un eco directo de aquel estandarte. Ambas presentan un aspa roja en homenaje a su pasado hispánico. Más al sur, lugares como el departamento de Chuquisaca en Bolivia o la ciudad de Valdivia en Chile la mantienen en sus banderas actuales como un recuerdo vivo de su historia. Así, la enseña borgoñona no fue solo un símbolo de conquista, sino una semilla que germinó y dejó una marca imborrable en la identidad de medio mundo.

El Ocaso de un Símbolo: De los Borbones a la Rojigualda
Como todos los grandes imperios, el español también vio llegar su ocaso, y con él, la transformación de sus símbolos. La llegada de la dinastía de los Borbones al trono a principios del siglo XVIII marcó el principio del fin para la hegemonía de la Cruz de Borgoña. Curiosamente, en la Guerra de Sucesión la usaron ambos bandos, lo que a veces creaba una enorme confusión en el campo de batalla.
El golpe definitivo, sin embargo, vino por una necesidad práctica en el mar. El rey Carlos III, en 1785, buscaba un nuevo pabellón naval que fuera más visible. La bandera blanca con el aspa roja se confundía con las de otras marinas borbónicas. Se organizó un concurso y el diseño ganador, con franjas rojas y amarillas, fue el origen de la actual bandera de España. Al principio, este cambio solo afectó a la Armada, y el ejército de tierra siguió usando el aspa borgoñona durante décadas. Pero la nueva rojigualda ganó una inmensa popularidad durante la Guerra de la Independencia, y en 1843, la reina Isabel II la convirtió en la única bandera nacional, poniendo fin a más de tres siglos de historia del antiguo estandarte.
Una Nueva Vida: El Carlismo y la Controversia Política
Pero el símbolo no murió. Encontró un nuevo propósito en el convulso siglo XIX español al ser adoptado por el Carlismo. Este movimiento, que defendía una visión tradicionalista de España bajo el lema “Dios, Patria, Rey y Fueros”, se apropió de la Cruz de Borgoña como emblema de la España histórica frente a la España liberal representada por la rojigualda. Esta asociación se consolidó durante la Guerra Civil Española, cuando los requetés carlistas lucharon en el bando nacional portándola con orgullo.
Esta parte de su historia le ha conferido una fuerte carga política que, en mi opinión, a veces eclipsa injustamente sus siglos de historia imperial. Su uso por parte de grupos de ideología concreta ha llevado a que hoy en día su exhibición sea vista con recelo o interpretada como una declaración política, un claro ejemplo de cómo la memoria histórica puede redefinir un símbolo.
El Legado Actual: Entre la Tradición Militar y el Debate
Hoy, la Cruz de Borgoña sigue viva y presente. Forma parte del escudo de armas del Rey de España y de los estandartes de la Guardia Real y de muchos regimientos. Además, si te fijas en la cola de los aviones del Ejército del Aire español, verás una versión simplificada, una cruz de San Andrés lisa, como distintivo. Es un símbolo muy querido por historiadores, grupos de recreación histórica y cualquiera que valore el inmenso legado de la historia de España, más allá de la política reciente.
Su historia es un tapiz complejo, tejido con hilos de fe, guerra, imperio y memoria. Como historiador, creo que es fundamental distinguir su larguísimo recorrido histórico de los usos específicos que se le han dado en épocas más recientes. Reducirla a una sola ideología es ignorar su verdadero significado: el de haber sido la bandera bajo la cual se forjó un imperio que cambió el mundo. Para entender su magnitud, recomiendo siempre contemplar obras como 'La Rendición de Breda' en el Museo del Prado, donde la bandera es una protagonista más de la historia.